miércoles, 17 de junio de 2009

relleno.

El agua brilló por el reflejo del sol. Faltaba menos de una hora para que oscureciera y la fría brisa marina de septiembre congeló mi nariz. Si mis lágrimas hablaran, seguro habrían reprochado mi viaje.
Afirmaba firmemente de los fierros amarillos del inmenso barco, desesperé al perder el punto de partida del recorrido. Miré las profundidades del mar turquesa y sentí ahogarme en llanto. La partida de mi marido hace un año, atacó mi corazón como la peor de las puñaladas. Pasaron cuatro estaciones y yo en completa soledad. A pesar de desconocer mi rumbo, me arrepentí de estar allí.
Mientras sentí que los ojos me rodarían por la cara como mis lágrimas, la mano de un hombre tomó suavemente mi hombro. Con violencia cubrí mi rostro sin siquiera mirar el suyo. Grité tan fuerte la palabra compasión que la imaginé partir con la brisa. Las manos del ombre me acariciaron el pelo y la espalda. Tiritando de miedo, destapé lentamente mi cara. Giré y a pesar de ser alto, de tez blanca y cabello castaño, muy distinto al de mi marido, sus ojos comunicaron la misma paz, esa que ahora mi inunda y me hace llegar hasta las profundidades del océano que me transporta.

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