miércoles, 24 de febrero de 2010

¡Sintonízate, clase política!

El debate sobre la píldora del día después huele a naftalina. Los jóvenes chilenos no se cuestionan lo que mi generación debatió hasta casi matarnos. Tal como los noveles izquierdistas crecieron dentro de la economía de mercado y encuentran irrisorio el modelo cubano, los noveles derechistas son viajados y tolerantes y no soportarían que un obispo prohibiera, como nos pasó a nosotros, usar bikini o tener relaciones prematrimoniales. Moraleja para los conservadores: éste no es país para viejos.
Por César Barros.
Durante la guerra fría era fácil definirse de izquierda o de derecha.
La gente de derecha era "derechamente" anticomunista. Favorecía la intervención de los EE.UU. en Vietnam y apoyaba los planes de Kennedy para invadir Cuba. Pero, a su vez, odiaba a los Kennedy por la famosa Alianza para el Progreso que promovía la reforma agraria.
En lo más doméstico, ser de derecha implicaba obligatoriamente estar contra la reforma agraria, contra Frei Montalva y contra esa falange zigzagueante y traidor de las raíces del viejo Partido Conservador. En lo moral, los más ultras apoyaban a monseñor Tagle -que excomulgó a las usuarias de bikinis de Reñaca (mi mamá no dejaba entrar a la carpa familiar de Reñaca a las amigas de mis hermanas que usaran bikini: ponerse una polera encima era obligatorio)- y entregaban sus simpatías a la misa preconciliar en latín y de espaldas a los feligreses. Eran mayoritariamente profranquistas respecto de España, y andaban divididos entre el Eje y los Aliados. Ser de derecha -insisto- incluía ser muy antidemócratacristiano. Ese sentimiento podía incluso tener preeminencia respecto del anticomunismo más clásico: resultado de la controversial Reforma Agraria.
Ser de izquierda era justo lo contrario. En este caso, los más ultras habían abrazado la opción armada y rebelde frente al Estado y la sociedad, a través del MIR y el FER. La cosa se movía entre el estalinismo más duro y el "comunitarismo" (nunca alguien me lo pudo explicar; me imagino que era porque nadie lo entendía demasiado) de Radomiro Tomic.
Pero la cosa era clara: si alguien de izquierda apoyaba la toma de la UC, un buen derechista debía estar en contra. Para qué decir de la toma de la Catedral. Desde ahí vienen las malquerencias con monseñor Silva Henríquez. Si ellos entonaban canciones de la España republicana ("que la tortilla se vuelva…") se les respondía con aquello de "tenemos un cañón, llamado Bocanegra, que cuando se dispara, comunista a la mierda". Palos y piedrazos solían estar presentes en foros y pasillos universitarios de la época.
Como las sensaciones de fines de los 60 y principios de los 70 fueron contundentes -por decirlo en pequeño-, dejaron marcados a sus protagonistas. Unos por la dureza extrema del gobierno militar y por ver tronchados sus sueños. Otros por el susto que pasaron con la UP. Con las expropiaciones, las tomas y los abusos de la época.
Pero mientras en Chile nos mirábamos -como suele ocurrir siempre- el ombligo de nuestros propios problemas, el mundo caminaba, y muy rápido, hacia la globalización de la economía, del pensamiento y de las costumbres.
Y cientos de jóvenes de izquierda y de derecha salieron a vivir fuera de Chile: unos obligados por esa crueldad y desatino del exilio; otros a estudiar y observar la realidad del mundo desarrollado. Ambos grupos entendimos, como primera cosa, lo parroquial, lo pequeño y lo lejano que era Chile. Vimos cómo se manejaba la política y la economía en Europa y EE.UU. Cómo se respetaban las ideas. Cómo el estalinismo se batía en retirada. Cómo, por otro lado, los derechos humanos y la condena a las prácticas de tortura y represión eran encabezadas por el propio Wall Street Journal. Cómo no ya el bikini, sino el nudismo se hacía popular. Cómo los jóvenes convivían antes de casarse. Cómo píldoras, condones y artefactos circulaban junto con la marihuana, sin que la sociedad fuera destrozada en el camino.
Dos almas por lado
De esta mezcla llena de energía, de vivencias potentes, cambios violentos y odios profundos, surgieron los líderes de opinión que hoy hacen la política chilena, tanto en la izquierda como en la derecha.
Y también las famosas "dos almas" que coexisten tanto en uno como en otro bando. En la izquierda, claro está, es el conflicto entre la antigua lucha del socialismo duro a la cubana y la necesidad práctica de adoptar -y adaptarse- a la economía social de mercado.
Una renuncia dura, que algunos -los más avispados y los más flexibles- han llevado adelante sin rodeos y con bastante convicción. Sobre todo en privado. Y que a otros les ha resultado más difícil, por su antiguo odio hacia quienes apoyaron el gobierno militar y porque creen que "el modelo" sigue siendo peor que su utopía. Son los que piensan que Chávez y Cía. podrían ser un nuevo paradigma.
En la derecha el tema no es tanto en lo económico -donde más o menos le achuntaron-, sino en lo valórico. Ahí la derecha va perdiendo como en la guerra a nivel global. Y en un mundo tan abierto, tan viajado y tan intercomunicado, la aceptación de la homosexualidad, la sexualidad sólo por el gusto, el control de la natalidad y la búsqueda de la felicidad han entrado a Chile de lleno. Sobre todo en la juventud y, dentro de ella, a su segmento más "globalizado" e intercomunicado: los hijos de la elite de la derecha. Y como sus políticos no son tan obtusos, se están "yendo por la libre" en ciertas materias de tipo valórico y moral.
Gracias a la globalización, se ha formado una izquierda con dos almas. Y una derecha ídem.
Conservadores transversales La Iglesia Católica jugó un rol no menor en el pasado, apoyando una parte del alma de la izquierda: la Reforma Agraria, luego la defensa de los derechos humanos y ahora último los "salarios éticos" y las condenas "al lucro".
Ahora juega otro rol, no menor, apoyando a la parte más conservadora de la derecha en sus luchas valóricas.
Es divertido, porque Chile ya no es un país muy católico que digamos. Un porcentaje cada vez menor va a misa. Uno aun menor recibe sacramentos en forma frecuente. Casi el 60% de los niños chilenos nace fuera del matrimonio. No tengo estadísticas del uso de condones, píldoras y demases entre los egresados de colegios religiosos. Tampoco del porcentaje de los novios que tienen relaciones prematrimoniales, pero me imagino que las cifras no dejarían contentos a los arzobispos chilenos, ni a los padres de la derecha más conservadora.
Pero con todo, la Iglesia, con su enorme poder, se alía o resulta ser compañera de camino del "alma antigua" de la izquierda antimercado y de la derecha más conservadora. Y no es que los parlamentarios "chavistas" sean buenos católicos. Por el contrario. Pero se cobijan en el poder de la Iglesia para condenar al mercado.
En la derecha pasa algo parecido. No es que se apeguen a la tradición del Padre Hurtado o a la del cardenal Raúl Silva Henríquez. Se apegan a la Iglesia para defender los valores que -siendo católicos o no- les gustaría dejar intactos.
Ambos usan a la Iglesia, no por ser católicos, sino por ser conservadores. Cada uno a su modo. Un verdadero contrasentido, con ribetes casi cómicos.
Modernizarse o morir
Pero no hay de qué preocuparse: es una discusión de viejos. De sobrevivientes de la guerra fría y de las terribles secuelas que tuvo en Chile. Una vez hicimos una especie de encuesta entre amigos, para ver cuál era el factor discriminante entre nuestros amigos y conocidos que apoyaban a Pinochet sin reservas y los que resultaban ser más críticos. El resultado fue que quienes estaban ya casados y con hijos durante la UP tenían sentimientos irreconciliables con la izquierda: habían pasado mucho más susto que los que éramos solteros en esa época. Me imagino que en la izquierda sucede lo mismo, por similares razones.
Pero con los jóvenes -sobre todo con los más globalizados- no hay que equivocarse. Sobre todo con los que ya dejaron los colegios protectores y entraron a la universidad y al mundo real. Pocos abogan por llegar vírgenes al matrimonio. Muchos menos se oponen a los dispositivos anticonceptivos, como condones y píldoras. El Postinor no tiene muchos detractores. El sexo es para la felicidad. Nadie -casi- planea "tener todos los hijos que Dios le mande" y la mayoría cree que el mercado, la educación y el esfuerzo personal son la base del éxito y así lo asumen sin miedo. Todos creen que los derechos humanos son inviolables y que el gobierno militar fue de una dureza y duración intolerables.
Esta es la "otra alma" de la derecha, que afortunadamente viene liderada por su juventud y que es denostada por los más viejos del equipo.
Lamentablemente, los partidos políticos -tanto de izquierda como de derecha- tienen poca juventud. Y esa carencia hace que su visión tenga mucho menor repercusión de lo que debiera y que, en cambio, aparezcan en la calle, de uno y de otro lado, las minorías más ruidosas: unos en la violencia contra el sistema, otros para defender lo que ya nadie en el mundo defiende.
Pero las encuestas no mienten: ahí sale sin censura, sin "comisiones políticas" o "comités centrales" de por medio, lo que opina la juventud chilena. Y los candidatos no son inmunes a ella y la están considerando en forma creciente. He ahí la explicación de la "salida por la libre" de algunos honorables. Y la rabia que esa actitud desata, cuya cara más visible son las opiniones enviadas a las cartas al director de los principales diarios y a los blogs más conocidos.